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La ruina de una joya ecológica: los colores de la Laguna Bacalar se desvanecen sin protección.


Micaela Varela / EL PAIS MÉXICO

Petrona Castillo ayuda en la pequeña tienda de abarrotes de su hija en el centro del pueblo de Bacalar, en Quintana Roo. Los turistas se acercan a comprarle botellas de agua de camino al balneario para poder sumergirse en la icónica laguna, donde pagan 20 pesos por entrar más otros 50 por una mesa protegida por una sombrilla. “Cuando yo era niña no teníamos que pagar, la laguna era nuestra y éramos libres de poder ir donde fuera”, recuerda esta mujer de 76 años nacida en este municipio que ha pasado de tener seis hoteles a 132 en apenas ocho años. “Ahora la laguna está fea y verde, hace unos años no era así. La han dañado”, añade con pesar. El corazón de Bacalar es su impresionante laguna de agua dulce de 40 kilómetros de largo, un paraje único rodeado de manglares que colmaba las páginas de revistas de viajes con sus siete colores de tonos turquesa. En los últimos años ha experimentado una explosión de turismo desmedido sin el apoyo de un plan protección ambiental para salvar este delicado ecosistema. Además, el impacto de la deforestación, las tormentas tropicales que arrastran aguas fecales de las alcantarillas desbordadas y la filtración de agroquímicos derivados de los campos de su alrededor, ponen en riesgo su capacidad de regenerarse cada vez que sufre un episodio nuevo de contaminación. En consecuencia, la laguna ha perdido sus tonos en una mancha verde y marrón, y los colores azules están en peligro de desaparecer. Los vecinos y los investigadores temen que nunca vuelva a ser la joya cristalina en la Riviera Maya que resistía el impacto del desarrollo urbanístico de la región como el que marcó a Cancún o Tulum.


Levith Fuentes chapotea en un agua turbia y de tonos verdosos en el centro de la laguna junto a sus dos hermanos. Han venido de visita como todos los años a ver a un familiar. “¡Yo sí los ví! Llegué a contar los siete colores hace como cinco años, pero ahora solo quedan dos”, asegura. El paisaje que ha atraído a su familia hasta aquí es único en el mundo. Es el cuerpo de agua dulce más grande del Estado. Forma parte de un sistema de humedales conectados al sur de Quintana Roo en uno de los últimos vestigios del Caribe mexicano sin masificar. Rodeada de cenotes, el agua cristalina de la laguna alberga otro tesoro sin igual: los estromatolitos, construcciones microbianas de arrecife de agua dulce que representan los indicios de vida más antiguos en la Tierra. Las postales raídas por el sol de ese paisaje todavía empapelan las calles de Bacalar con anuncios de tours en motos de agua, lanchas o excursiones para hacer snorkel. Pero al llegar a las orillas, el escenario es muy diferente.


Para Sara Cuervo, coordinadora regional del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS), las causas del deterioro del paisaje son varias. El crecimiento de la agroindustria que ha deforestado la selva y ha contaminado el suelo y el acuífero con agrotóxicos. El aumento de los asentamientos urbanos con la construcción de hoteles de forma descontrolada en la cabecera municipal y a las orillas de la laguna también jugaron un rol importante. Todo ello, acompañado de un sistema de drenaje insuficiente y obsoleto. “Varias casas costeras no tienen sistema de gestión de aguas negras y algunas tienen drenes que desembocan directamente en la laguna”, detalla. El aumento de nitratos, fosfatos y materia orgánica proliferan el crecimiento de algas. En paralelo, la descomposición llevada a cabo por las bacterias provoca anoxia (ausencia de oxígeno), que impacta directamente en la calidad del agua en un proceso llamado eutrofización.


El año 2020 fue una temporada inusualmente activa de huracanes y supuso la gota que colmó el vaso de este ecosistema tan frágil y ya contaminado. Las lluvias torrenciales de la tormenta Cristóbal encauzaron torrentes de agua a la laguna que traían fertilizantes y pesticidas de los cultivos que se extienden hasta Campeche. El desborde del alcantarillado afloró las aguas fecales y desembocaron en la laguna. “Fue una descarga inusual que hizo que la Laguna de los Siete Colores se tornara en una laguna negra. No es frecuente este fenómeno, ha pasado en años anteriores y ella sola se ha recuperado, solo que entonces no existía la presión y contaminación que existe ahora”, puntualiza. “La eutrofización lastima su capacidad de recuperarse”, añade. Casi un año después, la laguna no se ha recuperado del todo.


Pese a ser un paisaje muy delicado y estar sometido a varios riesgos de contaminación, Bacalar no cuenta con un programa de protección ambiental para preservar la laguna y controlar el daño de su entorno. La última propuesta, tratar de convertir la zona en un Área Natural Protegida (ANP), fue rechazada por las agrupaciones civiles, empresariales y los ejidos, las familias —en su mayoría de origen maya— dueñas de estos territorios tras la reforma agraria de la Revolución mexicana. Los ejidatarios temen perder la capacidad de gestionar sus tierras, como ya ocurrió cuando se declaró Área Natural Protegida a unos terrenos de Dziuché, al norte del Estado, sin el consentimiento de los propietarios. Las noticias de la privatización de tierras por funcionarios y empresarios que cooptaron a habitantes locales aprovechándose de vacíos legales para hacerse con espacios de gran potencial turístico y urbanístico también disuaden a los ejidos.


Luisa Falcón, investigadora en Ecología bacteriana de la Universidad Nacional Autónoma de México, coincide en que la ANP “no es la solución mágica”, ya que si proteges de forma aislada a la laguna “estás cometiendo un error enorme”. “Una ANP no cambia los modelos agrícolas, no frena la tala de árboles en un área que es de las más deforestadas de Quintana Roo, no pone baños en las casas conectados a un sistema de drenaje de aguas fecales ni protege a los estromatolitos de los turistas que se suben encima para hacerse fotos”, enumera. Sin embargo, insiste en que se necesita un plan de protección cuanto antes. Especialmente desde que el proyecto del Tren Maya del presidente Andrés Manuel López Obrador anunciara un acceso más fácil para que alrededor de 3.000 turistas puedan visitar Bacalar cada día. “El desarrollo masivo de grandes cadenas hoteleras que ocurre en Cancún y el norte no ha ocurrido en el sur. Son zonas inundables, y no se puede hacer el mismo desarrollo, pero a la gente no lo importa”, asegura.

Falcón conoce bien la laguna. Llegó por primera vez en 2004 a hacer una tesis de maestría. Entonces, el nivel de nitrógeno en el agua cristalina era tan bajo que no podía detectarse en sus medidores. Desde entonces ha viajado tres veces por año para seguir el monitoreo y ha comprobado el crecimiento drástico y acelerado de sustancias en el agua. “Llevamos años diciendo que los niveles de nitrógeno y fósforo están aumentando”, expresa indignada. “Solicite la ANP en 2017, pero necesitaba el consenso social de la comunidad de Bacalar. Trabajamos esa propuesta durante años y no prosperó, nunca salió de las oficinas porque no quieren un estatus de protección para la laguna”, añade. Con todo, no se rinde. Hay en marcha una solicitud para que la laguna se sume a los 142 parajes designados como Humedales de Importancia Internacional (sitios Ramsar) en México. Pero Falcón teme que el compromiso de conservación llegue tarde al ritmo de deterioro del ecosistema.


Mientras llega el plan de protección, la organización Agua Clara ha rellenado el vacío de información sobre si la laguna es segura para bañarse tras los repetidos episodios de contaminación. Sus monitores reflejan que los niveles de E. Colli detectados tras los vertidos de aguas fecales se han revertido. Sin embargo, la organización advierte de que ahora que vuelve a entrar la época de lluvias las alcantarillas volverán a desbordarse. “El crecimiento de Bacalar, que ha pasado de tener 9.000 habitantes en 2005 a 40.000 en el último censo, no ha estado acompañado de una mejora en su sistema de drenaje”, explica Jorge Trejo, miembro fundador de Agua Clara y vocero. “Hay gente que quiere aparentar que la laguna ya está recuperada para atraer al turismo, pero no es cierto. Apenas hemos conseguido recuperar el color en apenas un 25% de la extensión total de la laguna”, sentencia.


El daño en la laguna es evidente a simple vista, pero Falcón sospecha que el mismo fenómeno de contaminación esté ocurriendo a un nivel subterráneo en los acuíferos que abastecen la zona. Ella, junto a la comunidad de investigadores que trabajan en Bacalar, temen que el año 2020 sea la “nueva realidad de la laguna”. Con el cambio climático, los fenómenos de las Niñas aumentarán en el Pacífico desencadenando más huracanes y más inundaciones en el trópico, haciendo a la laguna vulnerable a más descargas de agua contaminada. “El mundo asocia a Bacalar a los colores de la laguna, si seguimos así sin un plan de protección, ¿quién querrá ir a un charco verde que huele a podrido?”.

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