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Tren Maya. Esperando el futuro junto a las vías.


El proyecto de obra pública más ambicioso y polémico del Gobierno de López Obrador cuenta con una extensión de 1.525 kilómetros, tendrá 18 estaciones, recorrerá cinco Estados y se prevé que creará 100.000 puestos de trabajo. EL PAÍS siguió el recorrido y tuvo acceso a los planos de las modernas estaciones de cristal o bambú que se levantarán.



“Ya hemos llegado”, dice Manuel Puc, señalando un trozo de selva. A Manuel se le ilumina la cara al ver el montículo. Uno tan verde y frondoso como cualquier otro. Una loma de salvaje vegetación por la que bajan enormes raíces que abrazan la tierra. Al fin y al cabo, la reserva de la biosfera más grande del continente después de la Amazonía está llena de montículos como este.


Para llegar hasta aquí hay que viajar a Bacalar, en Quintana Roo, y después adentrarse una hora por el corazón de la reserva de Calakmul hasta Nuevo Jerusalén en el sur de la península de Yucatán. Luego hay que caminar 30 minutos —diez si quien va delante es él— por la selva que rodea su pueblo. Con zancadas de piernas cortas y duras como troncos, Manuel, de 54 años, dirige el paso sobre el fango. Acaba de pasar la primera tormenta tropical de 2020 y las ranas croan en el lodazal.


”Pasen a la casa de mis abuelos”, dice, moviendo las dos enormes piedras que taponan el montículo. Entonces Manuel se encoge, mete una pierna, luego la otra y se adentra suavemente por el cráter que se abre en la montaña. Una vez dentro, avanza por un estrecho pasillo de 10 metros de largo y hace un quiebre, luego otro hasta que se detiene junto a una puerta que ilumina con su celular. Cuando Manuel enfoca con su teléfono, una bola negra de murciélagos comienza una alocada desbandada que deja al descubierto una impresionante pared perfectamente pulida con detalles mayas tallados hace más de mil años.


En la pared donde antes pendían los bichos boca abajo se ve ahora otra puerta que conduce a una nueva sala de seis metros cuadrados. Más adelante hay otra, y otra más. Y así, sucesivamente, aparecen siete habitaciones y pasillos en perfecto estado rematados con el característico arco maya, un triángulo terminado en trapecio. La negritud y el calor húmedo son asfixiantes ahí dentro.


Oculta por el salvaje verde de la selva se esconde esta majestuosa construcción de origen maya que, por su cercanía con Calakmul, podría haberse levantado entre el año 600 y 900 d.c. durante el Clásico tardío. “Creemos que eran viviendas de nobles”, deduce Manuel. “Mire estos grabados. La vivienda hasta tiene para colgar la hamaca”, añade mientras apunta con el celular hacia un travesaño incrustado en la piedra. Estudiantes de arqueología de medio mundo pagarían millones por minutos así con Manuel. Aprenderían, entre otras cosas, que en territorio maya la palabra “abuelos” se pronuncia con mayúsculas.


Manuel mide 160 centímetros de altura y es robusto y de frente ancha. Su cuerpo, una mezcla de Messi y el Increíble Hulk, se mueve por la excavación como por el salón de su casa. Imposible ocultar que estas puertas se hicieron para él. Dice que los restos arqueológicos no tienen nombre ni han sido examinados nunca por ningún experto. Ni siquiera han sido visitados por nadie con secundaria terminada. Tampoco ha venido un solo turista desde que hace unos años, moviendo unas piedras en el camino que conduce a la milpa, los vecinos descubrieron la construcción.


Entonces llamaron al prestigioso Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para anunciar el hallazgo, pero al otro lado del teléfono alguien les dijo que lo mejor era no tocar nada y dejarlo como está. Pero ellos desobedecieron y lo limpiaron, lo dignificaron, guardaron el secreto y nadie ha vuelto a preguntar jamás por el lugar. Manuel Puc no regala muchas sonrisas pero “la casa de sus abuelos” le pone de buen humor. Así que cuando sale, corre a taponar nuevamente la entrada, “porque como lo vea López Obrador nos pone una estación”, bromea, tomando la piedra más grande.


Nuevo Jerusalén es una comunidad de 300 familias a 60 kilómetros de la estación que el tren tendrá en Bacalar. La mayoría de sus vecinos, dice, se opone al tren porque, entre otras cosas, les ha robado la palabra “maya”. Para una pequeña comunidad como esta, decir no al tren supone mucho más que estar en contra de una obra. Se oponen al proyecto estrella del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), un ferrocarril de 1.525 kilómetros que recorrerá de punta a punta toda la península de Yucatán. Un megaproyecto en el que el mandatario ha empeñado todos sus esfuerzos y con el que pretende revitalizar el sureste del país. Un moderno tren que circulará a 160 kilómetros por hora destinado a mercancías, pasajeros locales y turistas, con el que promete traer a tres millones de extranjeros.




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